La Hora de la Viñeta.

Caminábamos por entre los múltiples pasillos de la exposición. Hacía rato que había liberado tu mano de la mía, pues me parece siempre mejor que cada quien tome su tiempo exacto para viajar entre los recovecos del dibujo, o la pintura, o la escultura, o la música, o el mundo en general. Debo reconocer que desde siempre he sido muy torpe para esto de los viajes, regresando a veces cuando era hora de partir, o marchándome en trote al momento de retornar al hogar; siempre equivocando direcciones y sentidos, que si es para arriba, me voy por la izquierda, que si es para atrás, me arrebata un espíritu progresista, que si es al sur, alzo el puño y grito ¡Imperialismo!
Así que, mientras me enredaba tratando de apreciar aquellos emilianos rebujos, tú me habías adelantado por un largo trecho, escapaste de mi vista, mas, despreocupado, continué con parsimonia mi recorrido, en algún momento habrías de detenerte para esperarme, o habría de correr asustadizo hasta hallar consuelo en tus brazos. ¿Cuánta confianza tenía, no lo crees?
Por fin, tras dar la vuelta en un pasillo, te vislumbré. Estabas detenida frente a una pequeña viñeta apenas mayor que una cajetilla de cigarros, que sin embargo te absorbía por entero, como si fuese el pequeño ojo ciego del abismo insondable, devoraba tu mirada, ensombrecía tu espíritu. Pero algo en tu interior se regocijaba de dolorosa manera, una mórbida sonrisa delineaba tus labios.
¿Habrá visto la quinta esencia del espíritu humano? Me preguntaba. ¿Habrá encontrado el nuevo estandarte del exacerbado feminismo? ¿del anti-feminismo? ¿Qué había guardado en aquellos poco centímetros cuadrados? ¿Qué color venido del espacio se encontraba allí plasmado? ¿Cuál verdad yacía moribunda entre las sucias tramas de lápiz? ¡Qué rayos era aquello que me estaba vedado admirar, que sólo tú comprendías!
Apenas alcancé el final de la exposición, regresé volando hasta donde estabas. Seguías allí, impávida, asustada pero con ánimos recobrados, frente al diminuto dibujo, en misterioso éxtasis, en plena claridad. No pude contenerme más, te interrogué, te devolví hasta esta inmundicia.
-¿Qué pasó?
-Es que dice tanta verdad.
Te diste la vuelta y no fuimos de allí. De seguro algún incidente sucedió, alguna estupidez dije al respecto, y en poco tiempo esto se perdió en la memoria, mas no lo olvidé. Apenas tuve oportunidad, compré aquella viñeta y la colgué en mi habitación, a sabiendas que jamás la volverías a ver. Ocasionalmente, por las mañanas, cuando siento que me haces falta, postrado frente al minúsculo dibujo (el cual no me atrevo, por obvias razones, a describir), le observo con detenimiento y me siento un completo imbécil por no descubrir lo que ahí fue evidente a tu mirada. Calmado, me retiro de la habitación, suspirando, recitando una y otra vez:
creo que por eso mismo no seguimos juntos.