jueves, agosto 30

Capítulo XVII


La Hora del Aguacate



jueves, agosto 23

Capítulo VII

La Hora de la Jodienda


   Si lo pienso mucho no escribo - ya he escrito esto en otra parte, y me fue muy elogiado, tanto que desde entonces ya no pienso: solo escribo, así es mejor. Ahora escribo sobre mi escribir, no escribo respecto nada más, lo cual ha tornado un poco tediosa la lectura de mis textos, y en contra parte, para beneficio de mis ávidos lectores, se ha vuelto sumamente fácil reseñarme: escribe que escribe. Cuando les pregunto si acaso han leído mi mas reciente cuento, responden sin fallo alguno, ¡claro, aquel que trata acerca del escrito mismo! ¡muy interesante! ¡escritura sobre la escritura, casi una paradoja! Me sonrió y satisfecho termino mi cerveza.
   

jueves, agosto 16

Capítulo XIV

La Hora del...

   -¿Por qué jamás hablas del amor?

   -Porque no requiero pronunciarlo. Se crea en la fantasía, se vive en el mundo, las palabras lo fomentan o lo prohíben, mas no necesita nada, germina justo dónde se le desea, levanta sus ramas por dónde se le indica, es tan dócil que acaba por someter enteramente a sus jardineros, pues esto es cosa de dos cuando menos. Nadie que lo conoce le olvida jamás, aun cuando no pueda describírsele ni un poco, su presencia es indeleble, su raíz se clava con hondura en la ficción humana. Engendra hermosas y horrorosas pesadillas, pues una vez llegado nunca nos abandona, se le carga hasta el olvido propio. Es, sin lugar a dudas, una mentira callada, una obiviedad silenciosa que lo permea todo, que se inmiscuye en las carteras, en los discursos, en los almuerzos, pero solo rarísimas veces, por culpa de los más inconscientes, confluye entre las voces.

   -Me recuerda el quinceavo poema, cinco antes de la canción desesperada.

   -Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.



   

jueves, agosto 9

Capítulo XV

La Hora de la Fantasía

   Quiero un rostro que robe por completo mi atención. ¡No! Mejor un fan, ¡ya sé!, una fanática convencida de la gloria de mi puño y letra, alguien que se enamore de mis escritos, que los alabe y los lisonjee hasta hacerme sonrojar falsamente. Alguien que se desviva por leer mi próximo cuento, mi novela que nunca termino, o la noveleta que escribo cuando no quiero seguir la gramática. Una personita simpática y alegre que siempre me esté molestando, apresurando y cuestionando acerca de las recientes historias, frutas de mis desvelos. Quien página a página se deslice sobre el oleaje de mis palabras, que su ánimo camine al lado de alguno de mis personajes de ensueño: que ambos rían socarronamente de la vida, y detesten su existencia por largos trechos, para luego caer en cuenta que la maldición de ser carece de sentido, que después se embriaguen, se ruboricen y amanezcan diciendo improperios al alba.

   Ella retornará al medio día, con una resaca de los mil demonios, pero caminando de puntitas para no despertarme, se acurrucará a mi lado, y entre las sabanas, aun excitada por la lectura me hará el amor, mas no precisamente a mí, sino a mis letras, a mis sublimes grafías, a los largos párrafos que armo y construyo para su deleite. Sobresaltada, no me dejará en paz hasta el anochecer, llenándome de gozo, sinsabores y gemidos, a sabiendas que ella misma los leerá luego en algún sucio papel, y entonces se regocijará más que cuando surcaron su piel. Por las noches saldrá a vagar por las calles, para seducir extraños, para encontrar peleas, para vislumbrar paisajes, para desolarse en medio de tanta miseria, y de vez en vez, para recobrar la esperanza tan maldita como indispensable; para más tarde volver en la madrugada y susurrarme su renovada experiencia al oído, segura que tarde o temprano recibirá sus propias palabras, poco más adornadas y retorcidas, dentro de los márgenes de una hoja perfectamente recortada. Su memoria ya no será suya: será arte, será memoria de la humanidad, tendrá una dignidad que sólo mis malformadas caligrafías pueden proporcionarle, por esto me amará con vehemente locura.

   Me fornicará incansablemente recordando mis metáforas, me compadecerá irremediablemente por mi precaria escritura, y me sonreirá cada mañana tras besar mis palabras con el deseo de hallar bajo la almohada una prodigiosa fábula con la cual sobrellevar el domingo.

   Por supuesto, yo también la amaré, pues cómo no amar a otro engendro salido de mi pluma... ¡claro está, que de hallarla hecha piel y huesos, saldría corriendo al instante aterrorizado y dispuesto al suicidio!


   

jueves, agosto 2

Capítulo XIII

La Hora de la Cereza