Oh’Clock!
Hace horas que son las once con treinta minutos, seguro que aquel reloj, luego de una concienzuda meditación, llegó a la conclusión de que el tiempo es relativo, cuando menos en lo que concierne a su cuantificación, la luz llegó hace tiempo a tal conclusión, mas no pasó nada, hasta que el reloj dedujo el siguiente corolario: que si el tiempo era relativo a su cuantificación, mientras continuara contándolo se irían acumulando sobre sus engranes los segundos, los días, los años, siglos enteros que terminarían por volverlo obsoleto. Fue entonces que se detuvo. Me parece, más bien, que sólo fue para molestar a la presumida luz, pues sin nadie que cronometre su velocidad la arrogancia se le va hasta los suelos.
Dígame usted pues, si hoy es martes, según me ha rumorado el calendario, que de igual manera podría solamente estar burlándose de mí. ¿Cuántas horas de retraso lleva mi reloj? ¿Cuántas carcajadas ha soltado ante el enfurecido arrebato de la luz que corre y corre pero de la que ya nadie conoce su velocidad? Ha de reír por dentro, por más que le acerco la oreja no escucho ni su respiración.
Ambos enmudecimos ésta noche, mera casualidad, no hubo acuerdo previo, ni conflicto que nos llevara a tal situación, si bien cualquier otra noche no hubiéramos charlado mucho, cuando menos nos daríamos las buenas noches, cosa que el silencio nos impedirá hoy, seguramente mañana tampoco me dará los buenos días el infame.
Aun son las once con treinta minutos, poco menos, pues observando con detenimiento, la manecilla más larga se halla apunto de rascar la cabecita del seis, creo que habría sido muy incomodo para ambos que se quedara allí justo aplastando el peinado de numero tan bonito.
Las ampollas de mis manos han crecido aunque el tiempo no ha trascurrido. Mi garganta se encuentra congestionada por una espesa mucosidad de extraña procedencia, cuyo único y sabio fin es el de impedirme proferir palabra alguna, con todo, intento hablar en el armonioso lenguaje de las perpetuas once treinta. Las ampollas me brotan de todas partes cuando la fiebre me sobreviene, la fiebre me sobreviene cuando mis amígdalas son tomadas por algunos simpatizantes del Sindicato de Bacterias y Bacilos, que exigen reconocimiento constante por sus arduas tareas realizadas en medio del inmundo intestino grueso, y algunas otras partes menos innobles.
Te recuerdo ahora, ahora que todos los recuerdos se han embotellado en un instante tan prolongado, pero ninguna prisa me apura, ningún deseo arde tan fuerte como para provocarme un mínimo de locura. Ya cuando el tiempo vuelva a caminar, seguiremos andando neciamente por el diminuto sendero que intentamos compartir.
Hoy sólo quiero reposar, en este compacto lugar que a nadie convido, estancado en la límbica noche que acaece. Después de todo, no se está solo mientras el tiempo no transcurre, lo que mata es el giro de la manecillas, no la soledad misma.
Que suerte siento ahora que son apenas las once, casi casi, con treinta.