jueves, junio 28

Capítulo I

La Hora de la Ausencia.

   Y es que mi soledad la soporto, con todo y su viperina mordida nunca logra aniquilarme, se regocija al verme agonizar, revolcándome en mi propio vacío; pero éste, su tóxico divertimento, jamás alcanzará para asesinarme. Mi soledad no mata, únicamente tortura, siempre la he traído a cuestas, al menos, desde que tengo memoria. Lo que mata es tu Ausencia (así, mayúscula), esa sí que es reciente, esa sí que es fatal.

   Mas no te alarmes demasiado, no te preocupes más de lo debido (porque el deber, siempre primero, ¿acaso no?). Sabes bien que sé cuidarme, procurarme vida hasta en tu Ausencia. Pues a decir verdad, incluso tu Ausencia se diluirá cuando sea tan vasta como para vivir en ella a mis anchas.