Capítulo XIV
La Hora del...
-Porque no requiero pronunciarlo. Se crea en la fantasía, se vive en el mundo, las palabras lo fomentan o lo prohíben, mas no necesita nada, germina justo dónde se le desea, levanta sus ramas por dónde se le indica, es tan dócil que acaba por someter enteramente a sus jardineros, pues esto es cosa de dos cuando menos. Nadie que lo conoce le olvida jamás, aun cuando no pueda describírsele ni un poco, su presencia es indeleble, su raíz se clava con hondura en la ficción humana. Engendra hermosas y horrorosas pesadillas, pues una vez llegado nunca nos abandona, se le carga hasta el olvido propio. Es, sin lugar a dudas, una mentira callada, una obiviedad silenciosa que lo permea todo, que se inmiscuye en las carteras, en los discursos, en los almuerzos, pero solo rarísimas veces, por culpa de los más inconscientes, confluye entre las voces.
-Me recuerda el quinceavo poema, cinco antes de la canción desesperada.
-Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
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