La Hora de la Fantasía

Quiero un rostro que robe por completo mi atención. ¡No! Mejor un fan, ¡ya sé!, una fanática convencida de la gloria de mi puño y letra, alguien que se enamore de mis escritos, que los alabe y los lisonjee hasta hacerme sonrojar falsamente. Alguien que se desviva por leer mi próximo cuento, mi novela que nunca termino, o la noveleta que escribo cuando no quiero seguir la gramática. Una personita simpática y alegre que siempre me esté molestando, apresurando y cuestionando acerca de las recientes historias, frutas de mis desvelos. Quien página a página se deslice sobre el oleaje de mis palabras, que su ánimo camine al lado de alguno de mis personajes de ensueño: que ambos rían socarronamente de la vida, y detesten su existencia por largos trechos, para luego caer en cuenta que la maldición de
ser carece de sentido, que después se embriaguen, se ruboricen y amanezcan diciendo improperios al alba.
Ella retornará al medio día, con una resaca de los mil demonios, pero caminando de puntitas para no despertarme, se acurrucará a mi lado, y entre las sabanas, aun excitada por la lectura me hará el amor, mas no precisamente a mí, sino a mis letras, a mis sublimes grafías, a los largos párrafos que armo y construyo para su deleite. Sobresaltada, no me dejará en paz hasta el anochecer, llenándome de gozo, sinsabores y gemidos, a sabiendas que ella misma los leerá luego en algún sucio papel, y entonces se regocijará más que cuando surcaron su piel. Por las noches saldrá a vagar por las calles, para seducir extraños, para encontrar peleas, para vislumbrar paisajes, para desolarse en medio de tanta miseria, y de vez en vez, para recobrar la esperanza tan maldita como indispensable; para más tarde volver en la madrugada y susurrarme su renovada experiencia al oído, segura que tarde o temprano recibirá sus propias palabras, poco más adornadas y retorcidas, dentro de los márgenes de una hoja perfectamente recortada. Su memoria ya no será suya: será arte, será memoria de la humanidad, tendrá una dignidad que sólo mis malformadas caligrafías pueden proporcionarle, por esto me amará con vehemente locura.
Me fornicará incansablemente recordando mis metáforas, me compadecerá irremediablemente por mi precaria escritura, y me sonreirá cada mañana tras besar mis palabras con el deseo de hallar bajo la almohada una prodigiosa fábula con la cual sobrellevar el domingo.
Por supuesto, yo también la amaré, pues cómo no amar a otro engendro salido de mi pluma... ¡claro está, que de hallarla hecha piel y huesos, saldría corriendo al instante aterrorizado y dispuesto al suicidio!